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¿ El sueño, escapatoria o cárcel ?

A veces, los sueños pueden volverse pesadillas (Crédit photo : le X heures - générée par IA canva)

2.
Miró su reloj y vio que quedaba poco tiempo. Este reloj era muy especial, pero todos tenían uno. Era incluso una obligación. Su particularidad era que sus manecillas estaban corriendo hacia atrás : esto les permitía saber cuánto tiempo les quedaba. Decidió subir a la habitación en la que antaño vivió, para disfrutar de sus últimos momentos en esta casa.
1.
La última cosa que vio, al cerrar sus ojos, fue el techo lila de la habitación de su infancia. Este cuarto sentía la nostalgia y la vieja pintura. El olor que flotaba en el aire le parecía tan familiar que las lágrimas subieron a sus ojos, sin llegar a traspasar la barrera de sus pestañas.
0.
Su mente era un agujero negro, un desierto, un vacío total. Era muy desagradable sentir su mente perderse en la nada, pero siempre duraba solo unos segundos. Lo más importante era contener su respiración, y mantener los ojos cerrados hasta el final. Cuando volvió en sí, las luces blancas que había encima de su cabeza le cegaron. Se escuchó un ruido y la caja en la que estaba se abrió lentamente. Le saludó un rostro que conocía de memoria, el de su gemelo, Adrián.
1.
- ¿ Entonces, cómo era ?
Adrián llevaba dos años trabajando en la sección de los sueños. Fue él quien abrió y cerró cofres, quien sumergió a la gente en sueños.
- Nada mal.
2.
Sin querer seguir con el tema, Ana rápidamente se levantó y salió de la sala, ignorando el ligero mareo que la atravesó. Una de las consecuencias de haber pasado doce horas acostada.
Miró su reloj : las manecillas habían empezado a girar en la otra dirección.
3.
Era normal : tan pronto como regresaron al mundo real, las manecillas comenzaron a girar de nuevo en la dirección correcta. Ana decidió aprovechar el día para dar un paseo. Entonces contempló la ciudad, todavía impregnada de las imágenes de su sueño. Los subterráneos, este pueblo que vivía debajo de la superficie, eran todo lo que quedaba de la humanidad. El planeta no había sobrevivido a las bombas nucleares, y especialmente a los daños que había dejado la Tercera Guerra Mundial, haciendo el aire irrespirable y la vida en la superficie imposible.
4.
Los sueños se habían convertido en el cemento de su sociedad, lo que los unía a todos. Su deber, así como la única manera que tenían de escapar de la realidad y de las paredes grises de su búnker, durante unas horas.
5.
Deambuló por los pasillos de la ciudad, sin ningún propósito específico. Saludó a algunos amigos al pasar por los dormitorios y continuó su camino. Un día aquí duraba sólo doce horas, por lo que no había tiempo que perder. Las ensoñaciones eran para las doce horas restantes. Y Dios sabe que aquí doce horas podrían ser mucho tiempo.
6.
Todos los pasillos parecían iguales : grises, oscuros, completamente hormigonados. De hecho, toda la ciudad lo era, excepto la habitación de los sueños. Este lugar era un verdadero laberinto, en el que cualquier extraño podría haberse perdido en menos de cinco minutos. Como ya llevaba más de quince años viviendo aquí, conocía este laberinto de memoria.
7.
Tenía seis años cuando cayeron las primeras bombas. Nueve, cuando llegó a este búnker gigante. Es cierto decir que Ana tenía relativamente pocos recuerdos de su vida anterior, como la llamaban aquí. Desde que ella podía recordar, siempre ha conocido estos muros. Creció aquí. Este búnker se había convertido en su casa. Su casa y su cárcel.
8.
A veces en sus sueños, Ana siente el sol en su piel. El viento en su pelo. Las salpicaduras del mar azotar su cara. Huele los olores, ve los colores. El calor. El sol. No tiene recuerdos del sol. Sus últimos recuerdos son los del dormitorio de su infancia, ahí es donde pasaba todos sus sueños. Es el único lugar al que pueda ir, porque los subterráneos necesitan un recuerdo, algo real, para soñar.
El recuerdo de la habitación de su infancia era lo único que le quedaba a Ana, y a lo único a lo que se aferraba.
9.
Siguió con su rutina habitual. Aquí, el horario de todos era muy preciso, por lo que la organización en el búnker funcionó : de las ocho a las diez, un poco de tiempo libre. La única comida del día tuvo lugar entre las diez y las once, luego todos volvieron a sus tareas comunes obligatorias, hasta las cuatro de la tarde. De las cuatro a las ocho de la tarde, los subterráneos volvieron a tener un descanso, un momento para ellos mismos.
10.
Ana vio a lo lejos a Adrián, quien le saludó con la mano.
11.
Era la hora.
A regañadientes, se dirigió hacia él, y le siguió hasta la sección de los sueños. Se instaló en un cofre, y miró a su hermano. Le temblaban los labios.
- No tengo ganas de irme todavía, Adrián.
Su hermano le acarició la mejilla suavemente.
- Lo sé, dijo con una sonrisa triste.
Ana cerró los ojos, dejando escapar una sola lágrima. Sintió el cofre cerrarse también, e inspiró profundamente.
A veces, los sueños pueden volverse pesadillas.
Esto, Ana había tardado en entenderlo.
12.

Luz
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